Un rastro en la memoria
Aquella tarde se espera que los niños hagan lo de siempre.
Serán mirados por sus madres mientras chapotean en el agua estancada
De un cauce estancado, en un pueblo estancado que ya no tiene nombre.
Pero las madres sí tienen nombre. Y apodos. Y arrugas en la frente y sonrientes ojeras.
Los padres, por su parte, no son individuos. Son una masa amorfa de fuerza.
Fuerza bruta, polvo seco de verano y rastrillos sin edad.
Sus preocupaciones son ocultas. Son ciegas, calladas o diluidas en horas sobre un mesón de
madera. O pateadas en un campo de polvo un domingo por tarde …en el mejor de los
casos.
Durante aquella tarde, la vida en ese pueblo ocurre como ha ocurrido siempre.
Los niños ya están cansados de jugar. Están cansados de ser mirados.
Los niños, las madres y los padres van de regreso, pero no caminando.
Deambulan, pero no tristemente, por el único flujo de ese pueblo.
Por ese escaparate de vidas y artilugios ya probados.
Por esas escenas que viven en los libros, lejos de la ciudad.
Pero tan cerca mío.
Caminan sin darse cuenta, por esos senderos duros
Que son solo un rastro en la memoria.